Quién nunca escuchó hablar de los Centauros de la mitología griega? Realmente habrá alguien que lea esto y pueda decir que nunca en su vida oyó hablar de estos fabulosos seres mitad caballo y mitad humano? Sinceramente lo dudo. Al parecer esta idea de los centauros pudo haber tenido su origen en el encuentro inesperado de los pobladores del mundo egeo minoico con otros pueblos nómadas que ya conocían la equitación y montaban a caballo. Esta visión, a lo lejos, debió haber sido fenomenal...un torso de hombre fusionado con el resto del cuerpo de un caballo!
Si bien es cierto que este asombroso encuentro de siglos atrás dio cabida a la noción mitológica del Centauro, me gustaría rescatar desde una perspectiva simbólica y hasta metafísica lo que representa la transición de ser un motociclista novato a uno experimentado y lleno de kilómetros, anécdotas y aventuras.
Cuando uno por primera vez entra en contacto con la moto (aquella primera vez que no sabíamos ni cómo encenderla, ni meterle marchas y que nos caíamos como patos al dar las primeras vueltas en U) es como si estuvieramos tratando de asimilar un nuevo elemento ajeno a nuestra individualidad. Es casi como cuando sentimos que nos vamos a enfermar y la lucha entre nuestro organismo y el virus invasor nos drena energía y nos abruma. Al principio con la moto es así...sólo que esto nos produce, a parte de una razonable dosis de miedo y estrés, una enorme emoción.
Con el tiempo y la práctica, y uno que otro porrazo de por medio (sorry, gente, es inevitable pero sí se puede prevenir bastante) poco a poco le empezamos a tomar confianza a las dos ruedas motorizadas. Nos empezamos a sentir más diestros cuando ya no nos congelamos al encarar una presa marca diablo, cuando ya sabemos que bajo la lluvia hay que circular más despacio, con más cuidado y evitando ciertos elementos viales, y cuando ya conocemos las posibilidades y limitaciones tanto nuestras como la de la moto que andamos. Es un proceso que requiere dedicación y esfuerzo, pero una vez que llegamos ahí, se vuelve muy gratificante.
Desde un punto de vista más profundo, este proceso conlleva un inevitable misticismo, una dimensión metafísica menos perceptible por aquellos que no sienten la pasión motociclística correr por su ser. Volverse motociclista, buen motociclista, no sucede nunca de la noche a la mañana...es más bien una alquimia en que nuestra psique empieza a dejar de rechazar el nuevo elemento ajeno y paulatinamente lo va incorporando a nuestra realidad inmediata. Ya la moto deja de ser "aquello" que nos produce pánico, miedo moderado, sensación de desafío, emoción y se va convirtiendo en una prolongación de nuestras potencialidades. Es como si fueramos asimilando un nuevo súper poder.
Y en realidad es un súper poder...fundirnos con la moto y volvernos uno con ella nos hace más rápidos y más ágiles a la hora de transitar por los peores embotellamientos, nos permite conectarnos a un nivel más profundo con la carretera o el camino que recorremos y nos proporciona una alegría palpitante muy distinta a la de conducir prisionero de las dimensiones de un carro.
Para el motociclista de corazón su meta debe ser integrarse a su moto, volverse un centauro moderno y listo para enfrentar los retos de la carretera y del lastre que se le puedan presentar, mientras sigue siempre abierto a mejorar sus destrezas. No todos los logran...para nadie es un secreto que la moto y el estilo de vida que implica, con sus ventajas y desventajas, no es para cualquiera. Sin embargo, tener la meta clara ayuda a llegar en algún momento a ella. Esta meta consiste en trascender nuestra realidad bípode para poder alcanzar la cima del Monte Olimpo cada vez que nos montamos en nuestra moto, cual gloriosos y místicos centauros!
R.
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